Atribuido a GABRIEL DE LA CORTE (Madrid, 1648 – 1694). “Florero”. Óleo sobre lienzo. Con etiqueta al dorso de la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico. Procedencia: Antigua colección de Don José Lázaro Galdiano. Medidas: 57 x 43 cm; 74 x 60 cm (marco). La autoría de Gabriel de la Corte en esta obra se evidencia, en primer lugar, a través de elementos tipológicos como la disposición del florero en un opulento jarrón barroco. También en la calidad de la misma, con una composición recargada, de gran libertad en su factura y de un espontáneo y vigoroso toque de pincel. Como es habitual en las pinturas de De la Corte, este lienzo nos ofrece una gran composición de motivo floral que abarca prácticamente la totalidad de la superficie. Sobre un fondo oscuro que realza y da luminosidad a la composición, se unen varias especies de flores, como tulipanes, dalias, narcisos, rosas, campanillas, entre otras. Los tallos y hojas están retorcidos en formas arabescas. El autor realiza este bodegón con gran detallismo en el dibujo, aplicando una paleta multicolor en pinceladas más empastadas en algunas flores para realzarlas, mientras que las menos visibles apenas están realizadas con una fina veladura. A diferencia de otros pintores de género, las obras de Gabriel de la Corte se caracterizan por las composiciones recargadas, la libertad de factura y su espontáneo y vigoroso toque de pincel cargado de pintura. Su estilo preconiza el posterior desarrollo en el siglo XVIII. Pintor barroco especializado en la realización de floreros, fue hijo del también pintor madrileño Lucas de la Corte, si bien su paternidad ha sido motivo de debate entre importantes tratadistas como Antonio Palomino o Cean Bermúdez. En vida, el éxito de De la Corte fue escaso, lo que le llevó a malvivir realizando trabajos pictóricos a bajo precio e incluso a completar las obras de otros artistas mediante la inserción de flores en sus obras. La obra que se presenta sigue, por lo tanto, las características básicas de Gabriel de La Corte, presentando una pareja de cuadros de flores dispuestos en jarrones, originando una composición recargada en la que prima la libertad de la factura y el espontáneo y vigoroso toque de pincel cargado de materia. El estilo de De la Corte se ve influenciado por los de Arellano y anticipa a los bodegones de flores que, posteriormente, se verán atestados de complicadas composiciones sobre cartelas tremendamente elaboradas. De esta manera, nos encontramos frente a dos obras maduras de De la Corte, en la que los jarrones se ven llenos de densos y variados ramos de flores de alegre colorido, efectuados a partir de densas pinceladas. De marcada verticalidad, se trata de imaginativas composiciones con las que se preludia la llegada del rococó, en las que se rompe con la simetría y se tiende al horror vacui. En ellas, las flores aparecen todavía plenas, voluminosas, en todo su esplendor, como será propio del barroco (en el rococó, en cambio, las flores se preferirán a medio abrir, no tan plenas). Sin embargo, los jarrones se sitúan en el centro estricto del cuadro, contenidas en trabajados jarrones, sobre pedestales acabados en rocalla y ante un fondo oscuro sobre el que se recortan las flores, vivamente iluminadas. Sin embargo, la disposición de las flores ha perdido ya el estricto rigor y la austeridad del barroco naturalista. Lumínicamente, destaca el hecho de que el De la Corte haya concentrado las flores de colores claros en un mismo punto, convirti
Atribuido a GABRIEL DE LA CORTE (Madrid, 1648 – 1694). “Florero”. Óleo sobre lienzo. Con etiqueta al dorso de la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico. Procedencia: Antigua colección de Don José Lázaro Galdiano. Medidas: 57 x 43 cm; 74 x 60 cm (marco). La autoría de Gabriel de la Corte en esta obra se evidencia, en primer lugar, a través de elementos tipológicos como la disposición del florero en un opulento jarrón barroco. También en la calidad de la misma, con una composición recargada, de gran libertad en su factura y de un espontáneo y vigoroso toque de pincel. Como es habitual en las pinturas de De la Corte, este lienzo nos ofrece una gran composición de motivo floral que abarca prácticamente la totalidad de la superficie. Sobre un fondo oscuro que realza y da luminosidad a la composición, se unen varias especies de flores, como tulipanes, dalias, narcisos, rosas, campanillas, entre otras. Los tallos y hojas están retorcidos en formas arabescas. El autor realiza este bodegón con gran detallismo en el dibujo, aplicando una paleta multicolor en pinceladas más empastadas en algunas flores para realzarlas, mientras que las menos visibles apenas están realizadas con una fina veladura. A diferencia de otros pintores de género, las obras de Gabriel de la Corte se caracterizan por las composiciones recargadas, la libertad de factura y su espontáneo y vigoroso toque de pincel cargado de pintura. Su estilo preconiza el posterior desarrollo en el siglo XVIII. Pintor barroco especializado en la realización de floreros, fue hijo del también pintor madrileño Lucas de la Corte, si bien su paternidad ha sido motivo de debate entre importantes tratadistas como Antonio Palomino o Cean Bermúdez. En vida, el éxito de De la Corte fue escaso, lo que le llevó a malvivir realizando trabajos pictóricos a bajo precio e incluso a completar las obras de otros artistas mediante la inserción de flores en sus obras. La obra que se presenta sigue, por lo tanto, las características básicas de Gabriel de La Corte, presentando una pareja de cuadros de flores dispuestos en jarrones, originando una composición recargada en la que prima la libertad de la factura y el espontáneo y vigoroso toque de pincel cargado de materia. El estilo de De la Corte se ve influenciado por los de Arellano y anticipa a los bodegones de flores que, posteriormente, se verán atestados de complicadas composiciones sobre cartelas tremendamente elaboradas. De esta manera, nos encontramos frente a dos obras maduras de De la Corte, en la que los jarrones se ven llenos de densos y variados ramos de flores de alegre colorido, efectuados a partir de densas pinceladas. De marcada verticalidad, se trata de imaginativas composiciones con las que se preludia la llegada del rococó, en las que se rompe con la simetría y se tiende al horror vacui. En ellas, las flores aparecen todavía plenas, voluminosas, en todo su esplendor, como será propio del barroco (en el rococó, en cambio, las flores se preferirán a medio abrir, no tan plenas). Sin embargo, los jarrones se sitúan en el centro estricto del cuadro, contenidas en trabajados jarrones, sobre pedestales acabados en rocalla y ante un fondo oscuro sobre el que se recortan las flores, vivamente iluminadas. Sin embargo, la disposición de las flores ha perdido ya el estricto rigor y la austeridad del barroco naturalista. Lumínicamente, destaca el hecho de que el De la Corte haya concentrado las flores de colores claros en un mismo punto, convirti
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