BENJAMÍN PALENCIA (Barrax, Albacete, 1894 – Madrid, 1980). “La casita de Crespín”, 1955. Óleo sobre lienzo adherido a tabla. Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo. Medidas: 97 x 130 cm., 103 x 135,5 cm. Palencia posee una mirada intelectual sobre el paisaje, distante del simple mimetismo, afirmada en la vista lejana, que otorga profundidad, y en el movimiento de planos. En 1931, cuando los tiempos políticos eran otros y aún su obra transitaba por las formas de la vanguardia, Palencia escribía sobre el paisaje como creador de la fisonomía del ser. La manera de entender el paisaje de Benjamín Palencia en sus últimos años responde a su actitud habitual, mezcla de lenguaje de vanguardia y tradición a la hora de escoger los enclaves y aproximaciones al tema, unidos al desenfado en el uso, violento en ocasiones, de un cromatismo liberado y encendido. Quien en su juventud se aproximara al surrealismo para ofrecer excepcionales escenas con figuras torturadas de aspecto biomórfico, vuelve en su madurez a una poética más convencional que, sin embargo, sigue corriendo la aventura de lo nuevo para redescubrir el paisaje castellano. Fundador de la Escuela de Vallecas junto a Alberto Sánchez, escultor, Benjamín Palencia fue uno de los más importantes herederos de la poética del paisaje castellano propia de la Generación del 98. Con tan sólo quince años Palencia deja su pueblo natal y se instala en Madrid para desarrollar su formación a través de sus frecuentes visitas al Museo del Prado, dado que siempre rechazó las enseñanzas oficiales de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En 1925 participa en la Exposición de Artistas Ibéricos celebrada en el Palacio de El Retiro de Madrid, y en 1926 viaja por primera vez a París. Allí conocerá a Picasso, Gargallo y Miró y entrará en contacto con la técnica del collage, que aplicará más tarde a su obra incorporando nuevas materias como la arena o las cenizas. Será a partir de esta estancia parisina cuando la obra de Palencia adquiera un tono surrealista, evidenciado en una cada vez mayor libertad expresiva que alcanzará su plenitud en su periodo de madurez. A su regreso a Madrid funda la Escuela de Vallecas (1927), y debuta individualmente en el Museo de Arte Moderno (1928). Palencia abandonará paulatinamente los bodegones para retomar el paisaje castellano, plasmándolo a través de una magnífica síntesis entre tradición y vanguardia. Esta personal estética del paisaje llegará a su culminación en la Escuela de Vallecas y, tras una brillante incursión surrealista a principios de los años treinta, al estallar la Guerra Civil Palencia permanece en Madrid, sufriendo como sus compañeros de generación un periodo de honda crisis. Finalizada la contienda, entre 1939 y 1940 su pintura da un giro radical; abandona las influencias cubistas y abstractas e incluso los aspectos de carácter surrealista, en la busca de un arte de fuerte impacto cromático, ligado al fauvismo. Centrado en su trabajo como paisajista, Palencia retoma en 1942 la experiencia de la Escuela de Vallecas junto a los jóvenes pintores Álvar Delgado, Carlos Pascual de Lara, Gregorio del Olmo, Enrique Núñez Casteló y Francisco San José. Su obra recogerá imágenes del campo castellano y de sus campesinos y animales; su pintura se convierte en testimonio de lo rudo, de lo tosco y de lo rural, de la sutil expresividad de la sobriedad castellana. Ya plenamente consolidado, en 1943 obtiene primera medalla en la Exposición Na
BENJAMÍN PALENCIA (Barrax, Albacete, 1894 – Madrid, 1980). “La casita de Crespín”, 1955. Óleo sobre lienzo adherido a tabla. Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo. Medidas: 97 x 130 cm., 103 x 135,5 cm. Palencia posee una mirada intelectual sobre el paisaje, distante del simple mimetismo, afirmada en la vista lejana, que otorga profundidad, y en el movimiento de planos. En 1931, cuando los tiempos políticos eran otros y aún su obra transitaba por las formas de la vanguardia, Palencia escribía sobre el paisaje como creador de la fisonomía del ser. La manera de entender el paisaje de Benjamín Palencia en sus últimos años responde a su actitud habitual, mezcla de lenguaje de vanguardia y tradición a la hora de escoger los enclaves y aproximaciones al tema, unidos al desenfado en el uso, violento en ocasiones, de un cromatismo liberado y encendido. Quien en su juventud se aproximara al surrealismo para ofrecer excepcionales escenas con figuras torturadas de aspecto biomórfico, vuelve en su madurez a una poética más convencional que, sin embargo, sigue corriendo la aventura de lo nuevo para redescubrir el paisaje castellano. Fundador de la Escuela de Vallecas junto a Alberto Sánchez, escultor, Benjamín Palencia fue uno de los más importantes herederos de la poética del paisaje castellano propia de la Generación del 98. Con tan sólo quince años Palencia deja su pueblo natal y se instala en Madrid para desarrollar su formación a través de sus frecuentes visitas al Museo del Prado, dado que siempre rechazó las enseñanzas oficiales de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En 1925 participa en la Exposición de Artistas Ibéricos celebrada en el Palacio de El Retiro de Madrid, y en 1926 viaja por primera vez a París. Allí conocerá a Picasso, Gargallo y Miró y entrará en contacto con la técnica del collage, que aplicará más tarde a su obra incorporando nuevas materias como la arena o las cenizas. Será a partir de esta estancia parisina cuando la obra de Palencia adquiera un tono surrealista, evidenciado en una cada vez mayor libertad expresiva que alcanzará su plenitud en su periodo de madurez. A su regreso a Madrid funda la Escuela de Vallecas (1927), y debuta individualmente en el Museo de Arte Moderno (1928). Palencia abandonará paulatinamente los bodegones para retomar el paisaje castellano, plasmándolo a través de una magnífica síntesis entre tradición y vanguardia. Esta personal estética del paisaje llegará a su culminación en la Escuela de Vallecas y, tras una brillante incursión surrealista a principios de los años treinta, al estallar la Guerra Civil Palencia permanece en Madrid, sufriendo como sus compañeros de generación un periodo de honda crisis. Finalizada la contienda, entre 1939 y 1940 su pintura da un giro radical; abandona las influencias cubistas y abstractas e incluso los aspectos de carácter surrealista, en la busca de un arte de fuerte impacto cromático, ligado al fauvismo. Centrado en su trabajo como paisajista, Palencia retoma en 1942 la experiencia de la Escuela de Vallecas junto a los jóvenes pintores Álvar Delgado, Carlos Pascual de Lara, Gregorio del Olmo, Enrique Núñez Casteló y Francisco San José. Su obra recogerá imágenes del campo castellano y de sus campesinos y animales; su pintura se convierte en testimonio de lo rudo, de lo tosco y de lo rural, de la sutil expresividad de la sobriedad castellana. Ya plenamente consolidado, en 1943 obtiene primera medalla en la Exposición Na
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