Cabeza de filósofo. Roma Imperial, siglo I d.C. Mármol. Procedencia: Antigua colección J. Castro, 1930. Medidas: 32 x 20 cm. Nos encontramos frente al retrato de un filósofo de la Antigüedad Clásica. Se trata de una pieza trabajada con un idealismo naturalista de gran delicadeza y belleza. La factura verista denota una gran destreza técnica y sensibilidad fisionomista del escultor, quien sabe potenciar magistralmente los principios de orden, claridad y equilibrio que rigieron en el arte grecolatino. El escultor imprime al mármol la justa ductilidad para representar barba y el cabello, del mismo modo que extrae precisas calidades plásticas a las carnaciones y describe una orografía facial plenamente naturalista, en la expresión curtida del hombre, en sus cuencas hundidas y ojos vivaces. Los romanos aportaron dos importantes novedades al mundo de la escultura: el retrato y el relieve histórico, ninguno de los cuales existía en el mundo griego. Sin embargo, siguieron los modelos griegos para gran parte de su producción escultórica, base que en Roma se conjugará con la tradición etrusca. Tras los primeros contactos con la Grecia del clasicismo a través de las colonias de la Magna Grecia, los romanos conquistan Siracusa en el 212 a.C., una rica e importante colonia griega situada en Sicilia, adornada con gran número de obras helenísticas. La ciudad fue saqueada y sus tesoros artísticos llevados a Roma, donde el nuevo estilo de estas obras sustituyó pronto a la tradición etrusco-romana imperante hasta el momento. El propio Catón denunció el saqueo y la decoración de Roma con las obras helénicas, que consideró una peligrosa influencia para la cultura nativa, y deploró que los romanos aplaudieran las estatuas de Corinto y Atenas, ridiculizando a la vez la tradición decorativa en terracota de los antiguos templos romanos. No obstante, estas reacciones de oposición fueron en vano; el arte griego había sometido al etrusco-romano en general, hasta el punto de que las estatuas griegas se encontraban entre los premios más codiciados de la guerra, siendo exhibidas durante la procesión triunfal de los generales conquistadores. Poco después, en el 133 a.C., el Imperio recibió en herencia el reino de Pérgamo, donde existía una original y pujante escuela de escultura helenística. El enorme Altar de Pérgamo, el “Galo suicidándose” o el dramático grupo “Laocoonte y sus hijos” fueron tres de las creaciones clave de esta escuela helenística. Por otro lado, después de que Grecia fuera conquistada en el 146 a.C. la mayoría de artistas griegos se establecieron en Roma, y muchos de ellos se dedicaron a realizar copias de esculturas griegas, muy de moda entonces en la capital del Imperio. Así, se produjeron numerosas copias de Praxiteles, Lisipo y obras clásicas del siglo V a.C., dando lugar a la escuela neoática de Roma, el primer movimiento neoclásico de la Historia del Arte. No obstante, entre finales del siglo II a.C. y el principio del I a.C. se produjo un cambio en esta tendencia purista griega, que culminó en la creación de una escuela nacional de escultura en Roma, de la que surgieron obras como el Altar de Aenobarbus, que introducen ya un concepto narrativo típicamente romano, que se convertirá en crónica de la vida cotidiana y, a la vez, del éxito de su modelo político. Esta escuela será la precursora del gran arte imperial de Augusto, en cuyo mandato Roma se convirtió en la ciudad más influyente del Imperio y también el nuevo centro de la cultura
Cabeza de filósofo. Roma Imperial, siglo I d.C. Mármol. Procedencia: Antigua colección J. Castro, 1930. Medidas: 32 x 20 cm. Nos encontramos frente al retrato de un filósofo de la Antigüedad Clásica. Se trata de una pieza trabajada con un idealismo naturalista de gran delicadeza y belleza. La factura verista denota una gran destreza técnica y sensibilidad fisionomista del escultor, quien sabe potenciar magistralmente los principios de orden, claridad y equilibrio que rigieron en el arte grecolatino. El escultor imprime al mármol la justa ductilidad para representar barba y el cabello, del mismo modo que extrae precisas calidades plásticas a las carnaciones y describe una orografía facial plenamente naturalista, en la expresión curtida del hombre, en sus cuencas hundidas y ojos vivaces. Los romanos aportaron dos importantes novedades al mundo de la escultura: el retrato y el relieve histórico, ninguno de los cuales existía en el mundo griego. Sin embargo, siguieron los modelos griegos para gran parte de su producción escultórica, base que en Roma se conjugará con la tradición etrusca. Tras los primeros contactos con la Grecia del clasicismo a través de las colonias de la Magna Grecia, los romanos conquistan Siracusa en el 212 a.C., una rica e importante colonia griega situada en Sicilia, adornada con gran número de obras helenísticas. La ciudad fue saqueada y sus tesoros artísticos llevados a Roma, donde el nuevo estilo de estas obras sustituyó pronto a la tradición etrusco-romana imperante hasta el momento. El propio Catón denunció el saqueo y la decoración de Roma con las obras helénicas, que consideró una peligrosa influencia para la cultura nativa, y deploró que los romanos aplaudieran las estatuas de Corinto y Atenas, ridiculizando a la vez la tradición decorativa en terracota de los antiguos templos romanos. No obstante, estas reacciones de oposición fueron en vano; el arte griego había sometido al etrusco-romano en general, hasta el punto de que las estatuas griegas se encontraban entre los premios más codiciados de la guerra, siendo exhibidas durante la procesión triunfal de los generales conquistadores. Poco después, en el 133 a.C., el Imperio recibió en herencia el reino de Pérgamo, donde existía una original y pujante escuela de escultura helenística. El enorme Altar de Pérgamo, el “Galo suicidándose” o el dramático grupo “Laocoonte y sus hijos” fueron tres de las creaciones clave de esta escuela helenística. Por otro lado, después de que Grecia fuera conquistada en el 146 a.C. la mayoría de artistas griegos se establecieron en Roma, y muchos de ellos se dedicaron a realizar copias de esculturas griegas, muy de moda entonces en la capital del Imperio. Así, se produjeron numerosas copias de Praxiteles, Lisipo y obras clásicas del siglo V a.C., dando lugar a la escuela neoática de Roma, el primer movimiento neoclásico de la Historia del Arte. No obstante, entre finales del siglo II a.C. y el principio del I a.C. se produjo un cambio en esta tendencia purista griega, que culminó en la creación de una escuela nacional de escultura en Roma, de la que surgieron obras como el Altar de Aenobarbus, que introducen ya un concepto narrativo típicamente romano, que se convertirá en crónica de la vida cotidiana y, a la vez, del éxito de su modelo político. Esta escuela será la precursora del gran arte imperial de Augusto, en cuyo mandato Roma se convirtió en la ciudad más influyente del Imperio y también el nuevo centro de la cultura
Try LotSearch and its premium features for 7 days - without any costs!
Be notified automatically about new items in upcoming auctions.
Create an alert