Escuela andaluza del siglo XVII. “Niño de la espina”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Presenta faltas. El marco presenta ligeros desperfectos. Medidas: 94 x 60 cm; 104 x 69,5 cm (marco). El arte cristiano se deleitó a lo largo de su historia, y especialmente en la Edad Moderna, proyectando sobre la infancia inocente de Jesús la sombra de la cruz. El contraste entre la feliz despreocupación de un niño y el horror del sacrificio al cual estaba predestinado fue concebido para conmover los corazones. Esta idea era ya familiar a los teólogos de la Edad Media, pero los artistas de entonces la expresaban discretamente. Esta iconografía fue relativamente común en el barroco español, con ejemplos tan conocidos como el de Francisco de Zurbarán de 1630 (Museo de Bellas Artes de Sevilla), o el vinculado con el taller de Murillo del Museo Félix Cañada de Madrid, o el del Museo del Prado de Madrid del siglo XVII. Este tipo de relaciones con temas importantes fue muy habitual en la pintura barroca católica, en la que la Contrarreforma fomentó una serie de temas para apoyar todo aquello que los protestantes atacaron. Y temas similares al presente contaban con la suavidad que se consideraba entonces adecuada a conventos femeninos, de ahí que la devoción al Niño Jesús fuera fomentada, sobre todo, por este tipo de instituciones. Llama la atención la total ausencia del dramatismo habitual de la pintura Barroca. La obra que nos ocupa puede relacionarse con la pintura de Juan Simón Gutierrez, artista sevillano que trabajó el tema de la infancia de cristo, contraponiendo la dulzura e inocencia del pequeño Cristo con el dramático simbolismo de su fatídico final.
Escuela andaluza del siglo XVII. “Niño de la espina”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Presenta faltas. El marco presenta ligeros desperfectos. Medidas: 94 x 60 cm; 104 x 69,5 cm (marco). El arte cristiano se deleitó a lo largo de su historia, y especialmente en la Edad Moderna, proyectando sobre la infancia inocente de Jesús la sombra de la cruz. El contraste entre la feliz despreocupación de un niño y el horror del sacrificio al cual estaba predestinado fue concebido para conmover los corazones. Esta idea era ya familiar a los teólogos de la Edad Media, pero los artistas de entonces la expresaban discretamente. Esta iconografía fue relativamente común en el barroco español, con ejemplos tan conocidos como el de Francisco de Zurbarán de 1630 (Museo de Bellas Artes de Sevilla), o el vinculado con el taller de Murillo del Museo Félix Cañada de Madrid, o el del Museo del Prado de Madrid del siglo XVII. Este tipo de relaciones con temas importantes fue muy habitual en la pintura barroca católica, en la que la Contrarreforma fomentó una serie de temas para apoyar todo aquello que los protestantes atacaron. Y temas similares al presente contaban con la suavidad que se consideraba entonces adecuada a conventos femeninos, de ahí que la devoción al Niño Jesús fuera fomentada, sobre todo, por este tipo de instituciones. Llama la atención la total ausencia del dramatismo habitual de la pintura Barroca. La obra que nos ocupa puede relacionarse con la pintura de Juan Simón Gutierrez, artista sevillano que trabajó el tema de la infancia de cristo, contraponiendo la dulzura e inocencia del pequeño Cristo con el dramático simbolismo de su fatídico final.
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