Escuela italiana; principios del siglo XIX. “Retrato de dama como deidad marina”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Presenta repintes. Posee inscripción al dorso y antigua pegatina. Medidas: 78 x 64 cm. En este retrato de formato ovalado el autor revela el cuerpo de una mujer voluptuosa, ataviada con una seda que se pega a su cuerpo y deja intuir las formas del mismo. De frente al espectador, la dama se encuentra seria, alzando su mirada hacia el frente, desprovista de detalles exceptuando la corona que porta en la cabeza. Una corona que se encuentra realizada con coral y conchas marinas, lo que indica la asimilación de la modelo con una deidad marina, quizás con una nereida. Esta referencia iconográfica indica que se trata de un retrato, seguramente de una mujer perteneciente a la nobleza ataviada a la manera clásica. Una corriente de la retratística que comenzó a ponerse de moda en el siglo XVIII, y que continúo consolidándose a lo largo del siglo XIX. El interés por la antigüedad clásica que despertaron las excavaciones de Pompeya y Herculano, sumado a la recuperación de textos clásicos, dio lugar a una moda que se inspiraba en los mitos y las leyendas de los antiguos, conquistando así, el mobiliario, la vestimenta e incluso el modo en el que se inmortalizaban las damas más relevantes de la sociedad. Un hecho que promociono en gran medida Emma Hamilton, esposa del embajador ingles en Nápoles, quien adoptaba las vestimentas e interpretaba papeles de inspiración clásica para entretener a sus huéspedes. Durante el siglo XVIII el panorama del retrato europeo fue variado y amplio, con numerosas influencias y determinado en gran parte por el gusto tanto de la clientela como del propio pintor. Sin embargo, en esta centuria nace un nuevo concepto del retrato, que irá evolucionando a lo largo del siglo y que unificará a todas las escuelas nacionales: la voluntad de plasmar la personalidad del ser humano y su carácter, más allá de su realidad externa y su rango social, en su efigie. Durante la centuria anterior el retrato se había consolidado entre las clases altas, no estando ya únicamente reservado a la corte. Por ello las fórmulas del género, según avance el siglo XVII y más aún en el XVIII, se irán relajando y alejándose de las ostentosas y simbólicas representaciones oficiales propias del aparato barroco. Por otro lado, el siglo XVIII reaccionará contra la rígida etiqueta del siglo anterior con una concepción de la vida más humana e individual, y esto se reflejará en todos los ámbitos, desde el mueble que se hace más pequeño y cómodo, sustituyendo a los grandes muebles dorados y tallados, hasta el mismo retrato, que llegará a prescindir, como aquí vemos, de todo elemento simbólico o escenográfico para plasmar al individuo en lugar de al personaje.
Escuela italiana; principios del siglo XIX. “Retrato de dama como deidad marina”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Presenta repintes. Posee inscripción al dorso y antigua pegatina. Medidas: 78 x 64 cm. En este retrato de formato ovalado el autor revela el cuerpo de una mujer voluptuosa, ataviada con una seda que se pega a su cuerpo y deja intuir las formas del mismo. De frente al espectador, la dama se encuentra seria, alzando su mirada hacia el frente, desprovista de detalles exceptuando la corona que porta en la cabeza. Una corona que se encuentra realizada con coral y conchas marinas, lo que indica la asimilación de la modelo con una deidad marina, quizás con una nereida. Esta referencia iconográfica indica que se trata de un retrato, seguramente de una mujer perteneciente a la nobleza ataviada a la manera clásica. Una corriente de la retratística que comenzó a ponerse de moda en el siglo XVIII, y que continúo consolidándose a lo largo del siglo XIX. El interés por la antigüedad clásica que despertaron las excavaciones de Pompeya y Herculano, sumado a la recuperación de textos clásicos, dio lugar a una moda que se inspiraba en los mitos y las leyendas de los antiguos, conquistando así, el mobiliario, la vestimenta e incluso el modo en el que se inmortalizaban las damas más relevantes de la sociedad. Un hecho que promociono en gran medida Emma Hamilton, esposa del embajador ingles en Nápoles, quien adoptaba las vestimentas e interpretaba papeles de inspiración clásica para entretener a sus huéspedes. Durante el siglo XVIII el panorama del retrato europeo fue variado y amplio, con numerosas influencias y determinado en gran parte por el gusto tanto de la clientela como del propio pintor. Sin embargo, en esta centuria nace un nuevo concepto del retrato, que irá evolucionando a lo largo del siglo y que unificará a todas las escuelas nacionales: la voluntad de plasmar la personalidad del ser humano y su carácter, más allá de su realidad externa y su rango social, en su efigie. Durante la centuria anterior el retrato se había consolidado entre las clases altas, no estando ya únicamente reservado a la corte. Por ello las fórmulas del género, según avance el siglo XVII y más aún en el XVIII, se irán relajando y alejándose de las ostentosas y simbólicas representaciones oficiales propias del aparato barroco. Por otro lado, el siglo XVIII reaccionará contra la rígida etiqueta del siglo anterior con una concepción de la vida más humana e individual, y esto se reflejará en todos los ámbitos, desde el mueble que se hace más pequeño y cómodo, sustituyendo a los grandes muebles dorados y tallados, hasta el mismo retrato, que llegará a prescindir, como aquí vemos, de todo elemento simbólico o escenográfico para plasmar al individuo en lugar de al personaje.
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