Inmaculada; Escuela granadina, hacia 1700. Madera policromada y dorada. Presenta base de época posterior (siglo XX). Medidas: 72 x 26 x 23 cm; 25,5 x 30 cm (base). Estilísticamente, resulta clara la fuerte influencia en la presente obra de modelos del Barroco del siglo XVIII de escuela granadina, y no sólo en la iconografía, sino también en el modelo escogido como influencia para la misma, en la decoración de los ropajes, en el colorido, en los rasgos del rostro, etc. La escuela granadina, que parte de la una fuerte influencia de la época renacentista, contó con grandes figuras como Pablo de Rojas Juan Martínez Montañés (que se formó en la ciudad con el anterior), Alonso de Mena, Alonso Cano, Pedro de Mena Bernardo de Mora, Pedro Roldán, Torcuato Ruiz del Peral, etc. En general, la escuela no descuida la belleza de las imágenes y también sigue el naturalismo, como es habitual en la época, pero siempre destacaría más lo intimista y el recogimiento en unas imágenes delicadas que serían algo similares al resto de escuelas andaluzas en otra serie de detalles pero que no suelen contar con la monumentalidad de las sevillanas. En esta talla de bulto redondo en la que se representa a la Virgen en su advocación de Inmaculada. Se muestra a María de pie sobre sobre el creciente lunar, en cuyo centro se dispone el rostro de un serafín. Vestida con una túnica y con un manto dorado, la Virgen, une sus manos en actitud orante, lo que imprime un juego naturalista de pliegues al manto. Los cabellos caen sueltos por los hombros y la espalda, y los rasgos de su fino rostro y largo cuello aportan una elegancia notable, estilizando su porte. El dogma de la Inmaculada defiende que la Virgen fue concebida sin Pecado Original, y fue definido y aceptado por el Vaticano en la Bula Ineffabilis Deus, de 8 de diciembre de 1854. Sin embargo, España y todos los reinos bajo su dominio político defendieron antes esta creencia. Iconográficamente, la representación toma textos tanto del Apocalipsis (12: “Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas”) como de las Letanías Lauretanas rezadas tras el rosario y que contenía epítetos de María tomados del Cantar de los Cantares del Rey David. Uniendo ambos textos y tras una evolución que ya comienza a finales de la época del Gótico, se llega a una tipología muy sencilla y reconocible que presenta a la Virgen sobre el cuarto lunar, con las estrellas en su cabeza y vestida de luz (con un halo en la cabeza sólo o en todo el cuerpo), normalmente vestida de blanco y azul en alusión a la pureza y la eternidad (aunque también puede aparecer de rojo y azul, en relación entonces con la Pasión), las manos sobre su pecho casi siempre y representada joven por regla general.
Inmaculada; Escuela granadina, hacia 1700. Madera policromada y dorada. Presenta base de época posterior (siglo XX). Medidas: 72 x 26 x 23 cm; 25,5 x 30 cm (base). Estilísticamente, resulta clara la fuerte influencia en la presente obra de modelos del Barroco del siglo XVIII de escuela granadina, y no sólo en la iconografía, sino también en el modelo escogido como influencia para la misma, en la decoración de los ropajes, en el colorido, en los rasgos del rostro, etc. La escuela granadina, que parte de la una fuerte influencia de la época renacentista, contó con grandes figuras como Pablo de Rojas Juan Martínez Montañés (que se formó en la ciudad con el anterior), Alonso de Mena, Alonso Cano, Pedro de Mena Bernardo de Mora, Pedro Roldán, Torcuato Ruiz del Peral, etc. En general, la escuela no descuida la belleza de las imágenes y también sigue el naturalismo, como es habitual en la época, pero siempre destacaría más lo intimista y el recogimiento en unas imágenes delicadas que serían algo similares al resto de escuelas andaluzas en otra serie de detalles pero que no suelen contar con la monumentalidad de las sevillanas. En esta talla de bulto redondo en la que se representa a la Virgen en su advocación de Inmaculada. Se muestra a María de pie sobre sobre el creciente lunar, en cuyo centro se dispone el rostro de un serafín. Vestida con una túnica y con un manto dorado, la Virgen, une sus manos en actitud orante, lo que imprime un juego naturalista de pliegues al manto. Los cabellos caen sueltos por los hombros y la espalda, y los rasgos de su fino rostro y largo cuello aportan una elegancia notable, estilizando su porte. El dogma de la Inmaculada defiende que la Virgen fue concebida sin Pecado Original, y fue definido y aceptado por el Vaticano en la Bula Ineffabilis Deus, de 8 de diciembre de 1854. Sin embargo, España y todos los reinos bajo su dominio político defendieron antes esta creencia. Iconográficamente, la representación toma textos tanto del Apocalipsis (12: “Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre la cabeza una corona de doce estrellas”) como de las Letanías Lauretanas rezadas tras el rosario y que contenía epítetos de María tomados del Cantar de los Cantares del Rey David. Uniendo ambos textos y tras una evolución que ya comienza a finales de la época del Gótico, se llega a una tipología muy sencilla y reconocible que presenta a la Virgen sobre el cuarto lunar, con las estrellas en su cabeza y vestida de luz (con un halo en la cabeza sólo o en todo el cuerpo), normalmente vestida de blanco y azul en alusión a la pureza y la eternidad (aunque también puede aparecer de rojo y azul, en relación entonces con la Pasión), las manos sobre su pecho casi siempre y representada joven por regla general.
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