THÉODORE ROUSSEAU, (Francia, 1812 – 1867). “Paisaje con lago”, 1840. Óleo sobre lienzo. Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo. Medidas: 31,5 x 40 cm; 49 x 57 cm (marco). En este lienzo Rousseau nos ofrece un paisaje monumental en su dimensión, protagonizado por una naturaleza espectacular sumida en una calma que parece de un dia del final del verano, por el verde de la arboleda y el azul de cielo. Precisamente los matizadísimos tonos del cielo, que se alza tras la vegetación, realza el contraste lumínico con los árboles de los primeros planos, vivamente iluminados por una luz naturalista aunque un tanto fantasmagórica, llena de reflejos y de sutiles matices de luces y sombras, en los que se apoya el pintor para construir los volúmenes. Esta luz electrizante tiene también su eco en las tranquilas aguas del lago que parte del primer plano, de un refinadísimo cromatismo, trabajadas con una pincelada apretada y lisa, reflejo de la maestría del pintor. Ya en el follaje este toque de pincel se torna vibrante, dinámico, reflejando el frío viento que se levanta, anunciando igualmente la tormenta. El espacio aparece magníficamente construido, en base a una composición clara y equilibrada, de evidente herencia holandesa. Así, Rousseau utiliza horizontales y verticales estilizadas que las compensan con equilibrio clásico, e introduce dinamismo a través de la suave curva descrita por el lago, que va guiando nuestra mirada desde el primer plano hacia el fondo, zigzagueando e invitándonos a detenernos en cada detalle. Este tipo de guiños narrativos se encuentran a lo largo de todo el recorrido del lago, detalles naturalistas que aportan una cierta dimensión humana al paisaje, y que de nuevo son una referencia al paisaje barroco de la escuela holandesa. Siguiendo la dirección que nos marcan el lago y el juego de luces, nos adentramos en un paisaje idílico en el que la calma y la paz nos invade. Uno de los principales representantes de la Escuela de Barbizon, caracterizada por una visión realista del paisaje, Théodore Rousseau compartió las dificultades de los pintores románticos de 1830 a la hora de asegurar para sus pinturas un lugar en el Salón de París. Tras ser rechazado en la muestra de 1836, se retiró a Barbizon y formó, junto a otros artistas como Corot o Millet, la llamada Escuela de Barbizon. Allí cultivó la pintura de paisajes al aire libre, con un tratamiento de la naturaleza cercano al de los maestros holandeses del siglo XVII, especialmente centrado en los fenómenos atmosféricos y naturales. No fue hasta el año 1848 que su obra fue adecuadamente presentada al público, cuando se le admitió por fin en el Salón de París. Ese mismo año se instaló definitivamente en Barbizon, donde pasaría el resto de su vida. En la Exposición Universal de 1853, donde se juntaron todas las pinturas de Rousseau previamente rechazadas y se le dedicó una sala, fue reconocido por el público y la crítica como uno de los mejores participantes en la muestra. Sus obras se caracterizan por su carácter sobrio, con un aire de exquisita melancolía que resulta poderosamente atractiva al espectador. Rousseau está actualmente representado en los museos más destacados de todo el mundo, como el Louvre y el de Orsay en París, el Hermitage de San Petersburgo, la National Gallery de Londres, el Rijksmuseum de Ámsterdam, la Frick Collection de Nueva York, el Thyssen-Bornemisza de Madrid y el Albertina de Viena, entre muchos otros.
THÉODORE ROUSSEAU, (Francia, 1812 – 1867). “Paisaje con lago”, 1840. Óleo sobre lienzo. Firmado y fechado en el ángulo inferior izquierdo. Medidas: 31,5 x 40 cm; 49 x 57 cm (marco). En este lienzo Rousseau nos ofrece un paisaje monumental en su dimensión, protagonizado por una naturaleza espectacular sumida en una calma que parece de un dia del final del verano, por el verde de la arboleda y el azul de cielo. Precisamente los matizadísimos tonos del cielo, que se alza tras la vegetación, realza el contraste lumínico con los árboles de los primeros planos, vivamente iluminados por una luz naturalista aunque un tanto fantasmagórica, llena de reflejos y de sutiles matices de luces y sombras, en los que se apoya el pintor para construir los volúmenes. Esta luz electrizante tiene también su eco en las tranquilas aguas del lago que parte del primer plano, de un refinadísimo cromatismo, trabajadas con una pincelada apretada y lisa, reflejo de la maestría del pintor. Ya en el follaje este toque de pincel se torna vibrante, dinámico, reflejando el frío viento que se levanta, anunciando igualmente la tormenta. El espacio aparece magníficamente construido, en base a una composición clara y equilibrada, de evidente herencia holandesa. Así, Rousseau utiliza horizontales y verticales estilizadas que las compensan con equilibrio clásico, e introduce dinamismo a través de la suave curva descrita por el lago, que va guiando nuestra mirada desde el primer plano hacia el fondo, zigzagueando e invitándonos a detenernos en cada detalle. Este tipo de guiños narrativos se encuentran a lo largo de todo el recorrido del lago, detalles naturalistas que aportan una cierta dimensión humana al paisaje, y que de nuevo son una referencia al paisaje barroco de la escuela holandesa. Siguiendo la dirección que nos marcan el lago y el juego de luces, nos adentramos en un paisaje idílico en el que la calma y la paz nos invade. Uno de los principales representantes de la Escuela de Barbizon, caracterizada por una visión realista del paisaje, Théodore Rousseau compartió las dificultades de los pintores románticos de 1830 a la hora de asegurar para sus pinturas un lugar en el Salón de París. Tras ser rechazado en la muestra de 1836, se retiró a Barbizon y formó, junto a otros artistas como Corot o Millet, la llamada Escuela de Barbizon. Allí cultivó la pintura de paisajes al aire libre, con un tratamiento de la naturaleza cercano al de los maestros holandeses del siglo XVII, especialmente centrado en los fenómenos atmosféricos y naturales. No fue hasta el año 1848 que su obra fue adecuadamente presentada al público, cuando se le admitió por fin en el Salón de París. Ese mismo año se instaló definitivamente en Barbizon, donde pasaría el resto de su vida. En la Exposición Universal de 1853, donde se juntaron todas las pinturas de Rousseau previamente rechazadas y se le dedicó una sala, fue reconocido por el público y la crítica como uno de los mejores participantes en la muestra. Sus obras se caracterizan por su carácter sobrio, con un aire de exquisita melancolía que resulta poderosamente atractiva al espectador. Rousseau está actualmente representado en los museos más destacados de todo el mundo, como el Louvre y el de Orsay en París, el Hermitage de San Petersburgo, la National Gallery de Londres, el Rijksmuseum de Ámsterdam, la Frick Collection de Nueva York, el Thyssen-Bornemisza de Madrid y el Albertina de Viena, entre muchos otros.
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