Escuela española, Seguidor de MATEO CEREZO (Burgos, 1637-Madrid, 1666). ; siglo XVIII. “Magdalena penitente”. Óleo sobre lienzo. Conserva su tela original. Posee marco estilo Calos IV, finales del siglo XVIII. Medidas: 68 x 51 cm; 80 x 60,5 cm (marco). En este lienzo se representa a María Magdalena como penitente en el desierto, vestida con una túnica azabache, sobre la que destaca la tonalidad brillante que desprende su nacarada piel. Esta característica sumada a la oscuridad de la escena, y al gesto teatral de la protagonista, con la mano derecha sobre el pecho, la izquierda señalando las escrituras y su mirada clavada en el crucifijo, con la boca entreabierta, consiguen configurar una escena de emoción contenida, simbólica e intimista. La joven se encuentra representada junto a las Sagradas Escrituras y la calavera. La composición de esta obra sigue fielmente los del cuadro realizado por Mateo Cerezo en 1661, que actualmente pertenece a la colección del Rijksmuseum , en Ámsterdam. Mateo Cerezo se formó en Madrid, entrando a formar parte del taller de Carreño. Fue un artista muy solicitado por una variada clientela, sobre todo por su pintura religiosa, aunque también abordara otros géneros. En este sentido, el tratadista y biógrafo Palomino declaraba el primor con el que realizaba «bodegoncillos, con tan superior excelencia, que ningunos le aventajaron», juicio plenamente corroborado al contemplar las obras del Museo Nacional de San Carlos de México, que aparecen firmadas y fechadas. Con base a ellas, Pérez Sánchez le atribuyó el Bodegón de cocina comprado por el Museo del Prado en 1970, una obra de evidente influencia flamenca que, en ocasiones, ha hecho pensar en Pereda. Y es que los trabajos de este artista vallisoletano también se han señalado como ascendientes de Cerezo, sobre todo en sus primeras creaciones. Sabemos que en 1659 Cerezo trabajaba en Valladolid, donde dejó unas obras algo más toscas de las que realizó en la década siguiente. En sus trabajos se afirma como fiel seguidor de Carreño, de quien se convirtió en uno de sus mejores colaboradores. El maestro le mostró el camino en el que él mismo profundizó después, continuando la senda de Van Dyck y Tiziano. María Magdalena es mencionada en el Nuevo Testamento como una distinguida discípula de Cristo. De acuerdo con los Evangelios, alojó y proveyó materialmente a Jesús y sus discípulos durante su estancia en Galilea, y estuvo presente en la Crucifixión. Fue testigo de la Resurrección, así como la encargada de transmitir la noticia a los apóstoles. Se la identifica también con la mujer que ungió con perfumes los pies de Jesús antes de su llegada a Jerusalén, por lo que su atributo iconográfico principal es un pomo de esencias, como el que aquí aparece. Mientras que el cristianismo oriental honra especialmente a María Magdalena por su cercanía a Jesús, considerándola "igual a los apóstoles", en Occidente se desarrolló, basándose en su identificación con otras mujeres de los Evangelios, la idea de que antes de conocer a Jesús se había dedicado a la prostitución. De ahí que la leyenda posterior narre que pasó el resto de su vida como penitente en el desierto, mortificando su carne. En el arte se la representó preferentemente de esta manera, especialmente en el siglo XVII, un momento en que las sociedades católicas sintieron una especial fascinación por las vidas de místicos y santos que vivieron en soledad en lugares salvajes, dedicados a la oración y la penitencia. La historia
Escuela española, Seguidor de MATEO CEREZO (Burgos, 1637-Madrid, 1666). ; siglo XVIII. “Magdalena penitente”. Óleo sobre lienzo. Conserva su tela original. Posee marco estilo Calos IV, finales del siglo XVIII. Medidas: 68 x 51 cm; 80 x 60,5 cm (marco). En este lienzo se representa a María Magdalena como penitente en el desierto, vestida con una túnica azabache, sobre la que destaca la tonalidad brillante que desprende su nacarada piel. Esta característica sumada a la oscuridad de la escena, y al gesto teatral de la protagonista, con la mano derecha sobre el pecho, la izquierda señalando las escrituras y su mirada clavada en el crucifijo, con la boca entreabierta, consiguen configurar una escena de emoción contenida, simbólica e intimista. La joven se encuentra representada junto a las Sagradas Escrituras y la calavera. La composición de esta obra sigue fielmente los del cuadro realizado por Mateo Cerezo en 1661, que actualmente pertenece a la colección del Rijksmuseum , en Ámsterdam. Mateo Cerezo se formó en Madrid, entrando a formar parte del taller de Carreño. Fue un artista muy solicitado por una variada clientela, sobre todo por su pintura religiosa, aunque también abordara otros géneros. En este sentido, el tratadista y biógrafo Palomino declaraba el primor con el que realizaba «bodegoncillos, con tan superior excelencia, que ningunos le aventajaron», juicio plenamente corroborado al contemplar las obras del Museo Nacional de San Carlos de México, que aparecen firmadas y fechadas. Con base a ellas, Pérez Sánchez le atribuyó el Bodegón de cocina comprado por el Museo del Prado en 1970, una obra de evidente influencia flamenca que, en ocasiones, ha hecho pensar en Pereda. Y es que los trabajos de este artista vallisoletano también se han señalado como ascendientes de Cerezo, sobre todo en sus primeras creaciones. Sabemos que en 1659 Cerezo trabajaba en Valladolid, donde dejó unas obras algo más toscas de las que realizó en la década siguiente. En sus trabajos se afirma como fiel seguidor de Carreño, de quien se convirtió en uno de sus mejores colaboradores. El maestro le mostró el camino en el que él mismo profundizó después, continuando la senda de Van Dyck y Tiziano. María Magdalena es mencionada en el Nuevo Testamento como una distinguida discípula de Cristo. De acuerdo con los Evangelios, alojó y proveyó materialmente a Jesús y sus discípulos durante su estancia en Galilea, y estuvo presente en la Crucifixión. Fue testigo de la Resurrección, así como la encargada de transmitir la noticia a los apóstoles. Se la identifica también con la mujer que ungió con perfumes los pies de Jesús antes de su llegada a Jerusalén, por lo que su atributo iconográfico principal es un pomo de esencias, como el que aquí aparece. Mientras que el cristianismo oriental honra especialmente a María Magdalena por su cercanía a Jesús, considerándola "igual a los apóstoles", en Occidente se desarrolló, basándose en su identificación con otras mujeres de los Evangelios, la idea de que antes de conocer a Jesús se había dedicado a la prostitución. De ahí que la leyenda posterior narre que pasó el resto de su vida como penitente en el desierto, mortificando su carne. En el arte se la representó preferentemente de esta manera, especialmente en el siglo XVII, un momento en que las sociedades católicas sintieron una especial fascinación por las vidas de místicos y santos que vivieron en soledad en lugares salvajes, dedicados a la oración y la penitencia. La historia
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