JOAQUÍN TORRES GARCÍA (Montevideo, Uruguay, 1874 – 1949). Sin título, c. 1919-1920. Óleo sobre cartón. Obra reproducida en el catálogo razonado del artista. Firmado en el ángulo inferior izquierdo. Medidas: 26 x 33,7 cm; 50 x 58 cm (marco). Torres García quiso hallar la manera de crear un arte universal y, de esta manera, las bases de su pensamiento pictórico se resuelven por medio del universalismo constructivo, donde el arte es entendido como aquello que aúna hombre y naturaleza. Así pues, Torres García creó un lenguaje plástico propio usando símbolos y recursos formales conjugados en la tradición y modernidad. Antes de su llegada a París en 1926 ya había explorado la abstracción y otras prácticas de vanguardia, pero a partir de dicho momento se vio inmerso en el contexto cultural e intelectual que le llevó hacia la consolidación de su estilo maduro. En este camino de fijación estilística, Torres-García bebió de distintas inspiraciones, -especialmente del grupo dominante en este contexto-, los surrealistas. Además, se sintió especialmente atraído por las ideas de los creadores del neoplasticismo -Van Doesburg y Mondrian-, cuya rigurosa geometría y colores puros junto con el espiritualismo místico y visión utópica, casaron bien con sus creencias sobre la intersección del arte y la vida. Su estudio en las artes antiguas de América fue crucial, pues le proporcionó el elemento que le permitiría pasar de la geometría pura a un enfoque particular de la abstracción ligada a las prácticas de vanguardia europea y las formas arquetípicas del arte precolombino. La presente obra es un extraordinario ejemplo de innovación que llevó a Torres-García a desarrollar su estilo característico, que define su contribución única a la historia del arte de vanguardia. Tras iniciar su formación autodidacta, en 1890 Torres García emigra a fin de formarse como pintor. En 1892 se instala en Barcelona e ingresa en la Escuela de Bellas Artes, donde entrará en contacto con el impresionismo francés y artistas como Mir, Sunyer, Canals y Nonell. Simultaneó esta escuela con clases en la Academia Baixas, muy reputada entonces. Desde 1894 participa en las Exposiciones Generales de Bellas Artes en la sección extranjera. Durante esta década publicó varios dibujos en periódicos y revistas como “La Vanguardia”, “Iris”, “Barcelona Cómica”. En 1901 empieza a pintar al fresco, atraído por el espíritu atemporal de las obras antiguas realizadas en esta técnica, y entra en una dinámica de trabajo interdisciplinar. Trabajó también en decoración, ámbito en el que destaca su colaboración con Antoni Gaudí en la catedral de Palma de Mallorca. Hacia 1910 empieza a introducir en su obra elementos formales propios de Cataluña, imbuido del espíritu de reivindicación de la identidad catalana propio del momento. En 1920 se traslada a Nueva York y entra en contacto con artistas de la talla de Weber, Man Ray o Duchamp. Al poco tiempo regresa a Europa y se instala en París, donde frecuentó las reuniones del grupo liderado por Mondrian, acercándose así a la abstracción y el constructivismo. En 1934 decide volver finalmente a Montevideo, donde se le recibe como miembro de la élite artística europea.
JOAQUÍN TORRES GARCÍA (Montevideo, Uruguay, 1874 – 1949). Sin título, c. 1919-1920. Óleo sobre cartón. Obra reproducida en el catálogo razonado del artista. Firmado en el ángulo inferior izquierdo. Medidas: 26 x 33,7 cm; 50 x 58 cm (marco). Torres García quiso hallar la manera de crear un arte universal y, de esta manera, las bases de su pensamiento pictórico se resuelven por medio del universalismo constructivo, donde el arte es entendido como aquello que aúna hombre y naturaleza. Así pues, Torres García creó un lenguaje plástico propio usando símbolos y recursos formales conjugados en la tradición y modernidad. Antes de su llegada a París en 1926 ya había explorado la abstracción y otras prácticas de vanguardia, pero a partir de dicho momento se vio inmerso en el contexto cultural e intelectual que le llevó hacia la consolidación de su estilo maduro. En este camino de fijación estilística, Torres-García bebió de distintas inspiraciones, -especialmente del grupo dominante en este contexto-, los surrealistas. Además, se sintió especialmente atraído por las ideas de los creadores del neoplasticismo -Van Doesburg y Mondrian-, cuya rigurosa geometría y colores puros junto con el espiritualismo místico y visión utópica, casaron bien con sus creencias sobre la intersección del arte y la vida. Su estudio en las artes antiguas de América fue crucial, pues le proporcionó el elemento que le permitiría pasar de la geometría pura a un enfoque particular de la abstracción ligada a las prácticas de vanguardia europea y las formas arquetípicas del arte precolombino. La presente obra es un extraordinario ejemplo de innovación que llevó a Torres-García a desarrollar su estilo característico, que define su contribución única a la historia del arte de vanguardia. Tras iniciar su formación autodidacta, en 1890 Torres García emigra a fin de formarse como pintor. En 1892 se instala en Barcelona e ingresa en la Escuela de Bellas Artes, donde entrará en contacto con el impresionismo francés y artistas como Mir, Sunyer, Canals y Nonell. Simultaneó esta escuela con clases en la Academia Baixas, muy reputada entonces. Desde 1894 participa en las Exposiciones Generales de Bellas Artes en la sección extranjera. Durante esta década publicó varios dibujos en periódicos y revistas como “La Vanguardia”, “Iris”, “Barcelona Cómica”. En 1901 empieza a pintar al fresco, atraído por el espíritu atemporal de las obras antiguas realizadas en esta técnica, y entra en una dinámica de trabajo interdisciplinar. Trabajó también en decoración, ámbito en el que destaca su colaboración con Antoni Gaudí en la catedral de Palma de Mallorca. Hacia 1910 empieza a introducir en su obra elementos formales propios de Cataluña, imbuido del espíritu de reivindicación de la identidad catalana propio del momento. En 1920 se traslada a Nueva York y entra en contacto con artistas de la talla de Weber, Man Ray o Duchamp. Al poco tiempo regresa a Europa y se instala en París, donde frecuentó las reuniones del grupo liderado por Mondrian, acercándose así a la abstracción y el constructivismo. En 1934 decide volver finalmente a Montevideo, donde se le recibe como miembro de la élite artística europea.
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