Beschreibung:

Es­cue­la No­vohis­pa­na; siglo XVII. “Pu­rí­si­ma Con­cep­ción con Santo do­min­go de Guz­mán, San An­to­nio y San Fran­cis­co”. Óleo sobre cobre. Posee marco de ma­de­ra ta­lla­da y do­ra­da del siglo XVIII, con des­per­fec­tos en la talla. Me­di­das: 23 x 17,5 cm; 63 x 46 cm (marco). Esta obra de­vo­cio­nal se puede de­fi­nir como una pieza ma­gis­tral por la te­má­ti­ca, el aca­ba­do, la es­té­ti­ca y los de­ta­lles que toman lugar en sus re­du­ci­das di­men­sio­nes. El autor con­ci­be el es­pa­cio a tra­vés de una com­po­si­ción sen­ci­lla, con todos los pro­ta­go­nis­tas en pri­mer plano, aun­que ubi­ca­dos en un es­pa­cio cla­ra­men­te di­vi­di­do. En la zona su­pe­rior, el plano ce­les­tial, donde la pre­sen­cia de la Vir­gen es única. Do­mi­nan­do así la es­ce­na, María, emer­ge de un do­ra­do rom­pi­mien­to de glo­ria, que ha sido ador­na­do con una fi­li­gra­na do­ra­da que ar­mo­ni­za con los bro­ca­dos de su tú­ni­ca. Ad­vo­ca­ción de la Pu­rí­si­ma Con­cep­ción, el autor ha pres­cin­di­do de las le­ta­nías, re­fle­jan­do úni­ca­men­te la luna como base, y la ser­pien­te que re­pre­sen­ta el pe­ca­do ori­gi­nal. Esta aus­te­ri­dad ico­no­grá­fi­ca, apor­ta una mayor re­le­van­cia a la fi­gu­ra de la Vir­gen, que se alza como pro­ta­go­nis­ta de la es­ce­na. En la zona te­rre­nal, tres san­tos com­par­ten es­ce­na; San fran­cis­co sos­te­nien­do un co­ra­zón en lla­mas, Santo Do­min­go en el cen­tro acom­pa­ña­do por un pe­que­ño perro y fi­nal­men­te San An­to­nio sos­te­nien­do el Niño. Es re­se­ña­ble hacer men­ción a que la obra se en­cuen­tra en­mar­ca­da con un marco de época pos­te­rior, del siglo XVIII. Un marco que des­ta­ca por su pro­fu­sa talla, con un in­trin­ca­do pa­trón or­na­men­tal que re­ma­ta en una gran co­ro­na que do­mi­na la talla del marco a modo de co­pe­te. En cuan­to al es­ti­lo de la pin­tu­ra po­de­mos apre­ciar al­gu­nos ras­gos ar­cai­zan­tes para su época, como el hie­ra­tis­mo y la fron­ta­li­dad de la fi­gu­ra. No obs­tan­te, la ca­li­dad de la pin­tu­ra de Cotán en los pe­que­ños de­ta­lles como los de­ta­lles del manto mues­tran cier­ta re­la­ción con el autor. Juan Sán­chez Cotán tra­ba­jó en To­le­do, donde contó con una im­por­tan­te clien­te­la, hasta que en 1603 in­gre­só como her­mano lego en la Car­tu­ja, es­ta­ble­cién­do­se en Gra­na­da. El grue­so de su obra lo cons­ti­tui­rán desde en­ton­ces por tanto pin­tu­ras de asun­to re­li­gio­so, des­ta­can­do las muy nu­me­ro­sas que reali­zó para su car­tu­ja gra­na­di­na, si bien tam­bién cul­ti­vó el re­tra­to y el pai­sa­je. No obs­tan­te, es cé­le­bre por sus bo­de­go­nes, es­pe­cial­men­te desde la ce­le­bra­ción en Ma­drid, en 1935, de la ex­po­si­ción “Flo­re­ros y bo­de­go­nes en la pin­tu­ra es­pa­ño­la”, que re­sul­tó clave para la re­va­lo­ri­za­ción crí­ti­ca del bo­de­gón es­pa­ñol, y que con­vir­tió a Sán­chez Cotán en una de sus pie­dras an­gu­la­res. Sán­chez Cotán dis­fru­tó de una aco­mo­da­da vida en To­le­do, rea­li­zan­do en­car­gos de pin­tu­ras re­li­gio­sas para igle­sias y tam­bién otros de menor im­por­tan­cia, como por ejem­plo pin­tar las armas del ar­zo­bis­po de To­le­do en cada de un za­pa­te­ro. No obs­tan­te, en la do­cu­men­ta­ción no se men­cio­nan dis­cí­pu­los ni ayu­dan­tes. Tam­bién por esta época reali­zó las men­cio­na­das co­pias de obras ve­ne­cia­nas, y al­gu­nos pai­sa­jes. En sus obras de este mo­men­to se evi­den­cia un es­ti­lo ple­na­men­te for­ma­do, re­fi­na­do y dulce.