Escuela española; principios del siglo XVII. “Crucifixión”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Presenta desperfectos en el marco. Medidas: 49 x 36,5 cm; 63 x 51 cm (marco). En esta representación de Cristo expirante que nos muestra un torso resuelto a través de un lenguaje naturalista, el paño de pureza y las extremidades torneadas siguiendo modelos clásicos. Clavos y espinas hacen brotar la sangre, cuyo rojo intenso destaca sobre el tono cetrino de las carnaciones, en el caso de los pies. Las luces tenebristas y los tránsitos cromáticos modelan el cuerpo dando la ilusión de volumetría perfecta, lo que da fe de un hondo estudio anatómico. La composición, las audaces irisaciones lumínicas y la pincelada rápida En composición y lenguaje esta obra es muy próxima al Cristo Crucificado de Murillo conservado en el Museo del Prado. Los especialistas han señalado la influencia del Cristo que Van Dyck pintó para la iglesia de Dendermonde. Datado hacia el año 1667, posiblemente comprado por la esposa de Felipe V, doña Isabel de Farnesio, figura en su colección en 1746, apareciendo documentado tres años más tarde en el Palacio de Aranjuez desde donde fue trasladado al Prado en 1818. También en este caso, la cruz parte verticalmente la composición, y el cuerpo adquiere volumen escultórico gracias al magistral manejo de la luz. El paisaje del Gólgota es reducido a impresión atmosférica, estableciendo un diálogo en claroscuro con las carnaciones sufrientes. También aquí, la calavera y algunos instrumentos de la Pasión están representados al pie de la cruz. Las correspondencias estilísticas y formales de estos dos cuadros, y otros de la época de madurez de Murillo, hacen pensar a los especialistas que comparten la misma autoría. De la infancia y juventud de Murillo poco se sabe, salvo que quedó huérfano de padre en 1627 y de madre en 1628, motivo por el que pasó a ser tutelado por su cuñado. Hacia 1635 debió iniciar su aprendizaje como pintor, muy posiblemente con Juan del Castillo, quien estaba casado con una prima suya. Esta relación laboral y artística se prolongaría unos seis años, como era habitual en aquella época. A partir de su matrimonio, en 1645, se inicia la que será una brillante carrera que progresivamente le fue convirtiendo en el pintor más famoso y cotizado de Sevilla. El único viaje del que se tiene constancia que realizó se documenta en 1658, año en que Murillo estuvo en Madrid durante varios meses. Puede pensarse que en la corte mantuvo contacto con los pintores que allí residían, como Velázquez, Zurbarán y Cano, y que tuviese acceso a la colección de pinturas del Palacio Real, magnífico tema de estudio para todos aquellos artistas que pasaban por la corte.
Escuela española; principios del siglo XVII. “Crucifixión”. Óleo sobre lienzo. Reentelado. Presenta desperfectos en el marco. Medidas: 49 x 36,5 cm; 63 x 51 cm (marco). En esta representación de Cristo expirante que nos muestra un torso resuelto a través de un lenguaje naturalista, el paño de pureza y las extremidades torneadas siguiendo modelos clásicos. Clavos y espinas hacen brotar la sangre, cuyo rojo intenso destaca sobre el tono cetrino de las carnaciones, en el caso de los pies. Las luces tenebristas y los tránsitos cromáticos modelan el cuerpo dando la ilusión de volumetría perfecta, lo que da fe de un hondo estudio anatómico. La composición, las audaces irisaciones lumínicas y la pincelada rápida En composición y lenguaje esta obra es muy próxima al Cristo Crucificado de Murillo conservado en el Museo del Prado. Los especialistas han señalado la influencia del Cristo que Van Dyck pintó para la iglesia de Dendermonde. Datado hacia el año 1667, posiblemente comprado por la esposa de Felipe V, doña Isabel de Farnesio, figura en su colección en 1746, apareciendo documentado tres años más tarde en el Palacio de Aranjuez desde donde fue trasladado al Prado en 1818. También en este caso, la cruz parte verticalmente la composición, y el cuerpo adquiere volumen escultórico gracias al magistral manejo de la luz. El paisaje del Gólgota es reducido a impresión atmosférica, estableciendo un diálogo en claroscuro con las carnaciones sufrientes. También aquí, la calavera y algunos instrumentos de la Pasión están representados al pie de la cruz. Las correspondencias estilísticas y formales de estos dos cuadros, y otros de la época de madurez de Murillo, hacen pensar a los especialistas que comparten la misma autoría. De la infancia y juventud de Murillo poco se sabe, salvo que quedó huérfano de padre en 1627 y de madre en 1628, motivo por el que pasó a ser tutelado por su cuñado. Hacia 1635 debió iniciar su aprendizaje como pintor, muy posiblemente con Juan del Castillo, quien estaba casado con una prima suya. Esta relación laboral y artística se prolongaría unos seis años, como era habitual en aquella época. A partir de su matrimonio, en 1645, se inicia la que será una brillante carrera que progresivamente le fue convirtiendo en el pintor más famoso y cotizado de Sevilla. El único viaje del que se tiene constancia que realizó se documenta en 1658, año en que Murillo estuvo en Madrid durante varios meses. Puede pensarse que en la corte mantuvo contacto con los pintores que allí residían, como Velázquez, Zurbarán y Cano, y que tuviese acceso a la colección de pinturas del Palacio Real, magnífico tema de estudio para todos aquellos artistas que pasaban por la corte.
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